13 de noviembre de 2006

Entre lo local y lo global



II Bienal de Sevilla -
Entre lo local y lo global
Por Juan Antonio Álvarez Reyes.



La cotidianeidad política entra en las bienales de arte contemporáneo. Las relaciones internacionales, plagadas de juegos peligrosos y mortíferos, ya forman parte del sustrato en el que se nutren artistas y comisarios en la elaboración de sus trabajos y discursos. Si vivimos en un mundo especialmente «desacogedor» ?por utilizar el término no muy afortunado de Okwui Enwezor?, las bienales han encontrado en su análisis cierto filón que la realidad ya se encarga de continuar realimentando. La segunda Bienal de Sevilla se sitúa así en una línea que recientemente han seguido otras bienales, planteando análisis y visiones de un escenario global dominado por la sed de venganza y de justicia infinita. El medievalismo al que parece haberse retrotraído el llamado «conmigo o contra mí», las justificaciones religioso-políticas y el terror expandido ?por seguir empleando el término de Rosalind Kraus? dibujan un panorama «desacogedor» que ciertas bienales recientes no han dejado pasar por alto.

Más allá de las dos últimas Documentas de clara orientación política ?la más reciente dirigida por el propio Enwezor?, la línea de salida podría ser situada concretamente en la Bienal de Estambul de 2003, comisariada por Dan Cameron, y que bajo el título de Justicia Poética analizaba la posible postura de un norteamericano, crítico con la posición imperial, punitiva y vengadora de su propio Gobierno, que decide aceptar la dirección de una bienal en un país de religión musulmana y cercano al área del conflicto. Realmente la «Justicia Poética» frente a la «Justicia Infinita» desatada tras los atentados de Nueva York venía a resaltar la necesidad de repensar la función y las posibilidades alegóricas que el arte y la visualidad crítica pudieran tener.

La sombra del 11-S. El mundo posterior al 11 de septiembre se ha impuesto también en el panorama bienalístico, al menos su análisis, su crítica y su continua alusión. Por ejemplo, la reciente Bienal del Whitney celebrada este mismo año. La noche americana se expande, como ya indicaba el uso cinematográfico de camuflar y dar por válido el trompe l?oeil de continuas simulaciones: el día por la noche, o el petróleo por la democracia y la justicia. El paralelismo que esta bienal realizaba entre los años sesenta y el presente ha venido a confirmarse pocos meses después con las recientes palabras de Bush al reconocer que su Gobierno está ante un nuevo Vietnam. La debacle de la revolución conservadora a la que la bienal neoyorquina hacía mención y que expresa una clara reivindicación del espíritu contracultural sesentero no ha dejado de analizarse directa o indirectamente en otras manifestaciones artísticas periódicas.

De animales y hombres. Así, la paralela Bienal de Berlín también hacía alusión a cierto espíritu «desacogedor» que nos invade y entristece. Aunque las comparaciones siempre son odiosas, hay veces que resultan acertadas, y, así, la igualación entre animales y hombres no sería, visto el panorama desolador, desencaminada. De alguna manera se podría afirmar que el espíritu y la idea de la Bienal de Sevilla oscila entre el mundo post 11 de septiembre, que también fue tratado en las bienales de Estambul de 2003 y la de este año del Whitney, junto a cierto aire melancólico e incluso existencial derivado de una visión pesimista de cómo van las cosas, algo que se desprendía también de la cita berlinesa de esta primavera.

El panorama bienalístico reciente, para resumirlo, podría ser simplificado en dos grandes líneas de actuación: aquéllas que reflexionan sobre lo global y aquéllas otras que prefieren detenerse en lo local. En el primer grupo estarían las señaladas hasta el momento; es decir, Sevilla, Whitney y Estambul?03. Frente a éstas, otras bienales han preferido analizar sus especificidades locales más que la situación política internacional y su efecto globalizador fruto del capitalismo tardío. Así, la Bienal de Berlín de 2004 de Ute Meta Bauer se detuvo en la posición y movimiento de una ciudad clave en la Historia europea en la que la caída del Muro que la dividía, consecuencia de la Guerra Fría, fue interpretada por los intelectuales conservadores como el signo del fin de la Historia y el advenimiento de un capitalismo universal. También la Bienal de Estambul de 2005, de Charles Esche y Vasif Kortum, se centró en el estudio de una megaciudad con historia y con presente clave como cruce de caminos, situada en un ámbito geográfico con un muy específico contexto social, cultural, religioso y político. Otras bienales podrían ser sumadas a esta liga de lo local, como la de Liverpool, que hasta el momento siempre se ha dedicado a invitar a artistas y producir trabajos que hicieran referencia a algún aspecto de su presente postimperial y postindustrial, o la recién inaugurada Bienal de São Paulo, cuyo equipo de comisarios ha puesto especial énfasis en lo urbanístico.

Lo «glocal». Esta aparente dualidad entre lo local y lo global, aunado en más de una ocasión en el término «glocal», parece también ser objeto de un debate en Sevilla entre partidarios y detractores de una bienal que pasa con una facilidad pasmosa de la alegría a la tristeza, del sol a la lluvia torrencial, en una oscilación extrema que claramente, para su tercera edición, pediría un detenimiento en el análisis de lo local de una manera contextual. Más allá de aplausos y abucheos, la Bienal de Sevilla, por el momento, se consolida como la única bienal española que puede estar en la liga europea y que es, junto a la de Moscú, la recién llegada a ese deseado y criticado club.

Okwi dijo una perogrullada en la última feria de Basilea: una bienal es una cuestión de tiempo y de tamaño. Es una exposición con esas variables. En este sentido, quizás convenga recordar una vez más que lo que podría estar en crisis no sería tanto un sistema que reclama atención mediante un tiempo concreto y un tamaño grande como el propio concepto expositivo. Pero esto ya es harina de otro costal.

abc.es

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