Entrevista publicada hoy en Babelia de El País de Madrid realizada por José Luis Estévez
Alberto Ruiz de Samaniego
El comisario del pabellón español en la 52º Bienal de Venecia, que se abre en junio, es un profesor de estética en la Universidad de Vigo. Después de dos ediciones en las que se eligió a un solo artista, el crítico gallego optará por una propuesta de conjunto con tres o cuatro participantes. A falta de dar a conocer los nombres, él prefiere explicar la base teórica sobre la que trabaja.
Filósofo y crítico de arte, Alberto Ruiz de Samaniego (Fene, A Coruña, 1966) será el comisario encargado del pabellón español en la 52º Bienal de Venecia que se inaugurará el próximo 10 de junio. Más ligado al mundo académico que al de los comisariados internacionales, más profesoral y especulativo que comunicador pragmático, está preparando un proyecto que tiene a la propia ciudad de Venecia como eje de su reflexión estética. Los textos de Nietzsche, Ezra Pound y Marcel Proust son clave para entender el punto de partida del comisario ante el reto de presentar una propuesta atractiva dentro del gran evento del arte contemporáneo. Aunque de momento no quiere dar muchas pistas sobre los artistas españoles que participarán en la biennale, ya se conoce que entre los elegidos estarán el gallego Manuel Vilariño (fotógrafo y poeta con trabajos conectados con la naturaleza, la taxidermia y la ornitología), y, a falta de confirmación, el dúo conceptual madrileño Los Torreznos.
¿Le sorprendió su nombramiento como comisario en la bienal dado que estos puestos suelen recaer en personas con más experiencia en este tipo de acontecimientos?
Yo diría que desde el punto de vista de la hermenéutica solamente son posibles las experiencias si se tienen expectativas, por eso una persona de experiencia no es la que ha acumulado más vivencias, sino la que está capacitada para permitírselas. En este sentido me agrada ver que se puede hacer una lectura amplia de ese perfil de experiencia necesario para tomar decisiones de representación de la actividad creativa actual en España. Por ejemplo, un artista como comisario tendría una visión diversa, probablemente muy enriquecedora, al igual que un poeta. Por lo demás, la maquinaria técnica de la bienal tiene un recorrido de años y las decisiones técnicas no son tan complejas cuando se cuenta con el equipo que ha llevado a cabo las muestras en las últimas ocasiones, con una gran profesionalidad, por cierto. Según me han transmitido, el criterio por el que he sido seleccionado es el de independencia, con el que puedo trabajar de un modo distinto del de otras personas.
¿Con qué ideas aborda el proyecto?
El proyecto se ha pensado partiendo de dos ejes conceptuales. Por un lado, la idea de la positiva hibridación de las prácticas artísticas contemporáneas. Se trata de constituir un punto de partida en donde la enunciación artística no dependa totalitariamente de los enunciados producidos en su territorio, donde el artista no tenga que hacerse reconocer e identificar a partir de un orden de significaciones dominantes o por discursos normativos o normalizados excesivamente. El segundo eje es, de algún modo, nietzscheano, me parece que el arte actual está reducido demasiado a menudo a acontecimientos donde el sentido se desploma o bien en la autocondescendencia o bien en la sobredosis del terror. Pero, ante el desierto de lo real conviene responder, nietzscheanamente, con la alegría del suceder, restaurar en cierto modo el fulgor del vértigo y de lo inaudito. Hay que hacer de un suceso, por pequeño que sea, la cosa más delicada del mundo, como alguna vez sostuvo Deleuze.
¿Qué criterios seguirá para seleccionar a los artistas?
En cuanto a los artistas, no me interesan tanto los nombres como los proyectos. Uno de los problemas del arte es el fetichismo de los nombres. Intento trabajar con proyectos a los que puedan incorporarse nombres y por eso he seleccionado a artistas que se acercan a los postulados que he comentado y se anunciarán próximamente. Una obra de arte es como una figura de encaje, de envolvimiento o implicación donde la coexistencia de partes asimétricas se despliega en una serie infinita de asociaciones de muy diferentes niveles territoriales, materiales e identitarios.
La Bienal de Venecia es un acontecimiento muy condicionado al espacio físico en el que se desarrolla, ¿cómo afronta el reto de exhibir piezas de arte contemporáneo en un entorno tan particular?
Ese reto es para mí particularmente estimulante. Creo que Venecia encarna de manera inmejorable ese "sí a la vida" nietzscheano. Hay algunos autores, para mí referenciales, como el propio Nietzsche, pero también Pound o Proust, para quienes la ciudad de Venecia significó una suerte de umbral o promesa de felicidad, de redención y salvación frente a la pesantez o el dolor de la vida. Contra lo que pueda parecer, Venecia no es sólo la morbidezza viscontiana, es más que nada vida, valor, variedad, vivacidad... un espacio, en definitiva, para el disfrute del ser. Se trata de un lugar que alberga la posibilidad de estar fuera de todo ámbito, desvinculado de lo familiar, de los lazos terrestres. Debemos pensar esta ciudad como una suerte de milagro de la naturaleza, una arquitectura extraordinaria nacida en un sitio imposible. En cierto sentido, resulta ser un paradigma de lo que entendemos como el milagro del arte.
Por todo ello nos interesa reflexionar sobre la imagen del paraíso, del paisaje salvado como un desgarrón en medio de la mortecina realidad. El paraíso como entallamiento fulgurante de luz poética. Pound escribió que el paraíso sólo existe en fragmentos inesperados y conviene recordar ahora, en estos tiempos bélicos y confusos, otra lúcida apreciación del poeta norteamericano residente en Venecia: "Es difícil escribir un paraíso cuando todo parece empujarte a escribir un Apocalipsis". Sin embargo, el paraíso existe y lo mostró precisamente Tintoretto en el Palacio Ducal. Se trata de utilizar a Venecia como un modelo de visión paradisiaca, como una apuesta hacia el furor de la vida, aun sabiendo que son sólo rendijas en una situación de horror.
Una bienal siempre tiene algo de resumen de la época en la que nos encontramos, ¿qué movimientos dentro del arte contemporáneo le llaman la atención en estos momentos?
Efectivamente, las bienales funcionan como el marcaje de una época. Es evidente en la actualidad que el mercado corrompe pero también hay que pensar en que produce sus propios efectos, como la desmaterialización de los objetos en media, a-media, multimedia, red. La modificación del espacio objetual e intercambiable, sumado a la dificultad de controlar la velocidad y los derechos de reproducción, la democratización del acceso a la producción con el abaratamiento de la edición digital formularán muy pronto el cambio de relación entre creador, productor, actor, público y mercado. El arte del siglo XXI va a ser un arte sin objeto, desmaterializado. Debemos generar espacios simbólicos y productivos que favorezcan este tipo de flujos.
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